
La renuncia de Shackleton a sucumbir a las necesidades de la vida diaria y a su incansable avidez de aventuras poco realistas, provocaron que se le acusaran de ser inmaduro e irresponsable. Y quizá lo fuera, según los patrones convencionales. Pero los grandes líderes de la historia rara vez cupieron en moldes convencionales y es quizá injusto valorarles en términos corrientes.
Para el explorador, el Antártico no representaba sólo el medio hostil en el cual conseguir un éxito económico o social. Este hombre necesitaba realmente algo grande y atractivo que le proporcionara una catapulta para su enorme ego.

Así pues como cuenta Alfed Lansing en “ La prisión blanca” no se puede negar que Shackleton era un inadaptado e incluso un inepto para la mayor parte de las situaciones de la vida cotidiana pero sin embargo poseía un talento, un genio casi de verdadero JEFE. El explorador era como apuntaba uno de sus hombres: “El líder más grande que nunca puso Dios en la tierra sin excepción”. A pesar de todas sus debilidades e insuficiencias, Shackleton mereció este atributo:
Para la dirección científica, dadme a Scott; para un viaje rápido y eficaz, a Amundsen; pero cuando estéis en una situación desesperada, cuando parezca que no existe una salida, arrodillaos y rezad para que venga Shackleton.
Éste es el hombre que desarrolló, que soñó con la idea a principios del siglo xx, mientras el mundo se debatía en la primera gran guerra, el gran reto de atravesar la Antártida … a pie!!!.
No lo consiguió. El Endureance quedó atrapado para siempre por los hielos de la banquisa del mítico mar de Weddell. Fue entonces, el 24 de Enero de 1915 cuando empezó

Si bien encontrar tierra firme fue una necesidad, aquello no supondría su salvación ya que nadie iría en su busca pues en el mejor de los casos se esperaba que hubieran tenido una muerte no demasiado dura. Por lo que tuvieron que Shackleton y cinco de sus hombres hacer la travesía más difícil a la cual se ha tenido que enfrentar un marino de cualquier época. Atravesaron el océano austral para llegar a la Isla Georgia del Sur bautizada originalmente en español en su primer avistamiento como Isla San Pedro a más de 1.300 km. Dicha travesía fue echa a bordo del bote James Caird que fue preparado con el resto de los otros dos botes con lo que se cerraban así las esperanzas de escape de los 22 marineros que quedaban a la espera de rescate en la inhóspita Isla Elefante. Para dar estabilidad al bote y enfrentarse así a olas de casi diez metros, lastraron el fondo del bote con piedras encima de las cuales mal vivieron.
En tiempos como los de hoy en los que la tecnología ha creado todo tipo de instrumentos de medición, asombra como estos marinos lograron recorrer aquella distancia en un bote con dos velas. Worsley quien fuera el mejor marino de todos explica como hacía los cálculos desde el bote y en alta mar:”La navegación es un arte pero no encuentro palabras que describan mis esfuerzos. Las mediciones, o sea los cálculos de cursos y distancia, se habían convertido en una burla en meras suposiciones… El procedimiento consistía en que miraba desde nuestra madriguera (el fondo del bote, donde intentaban dormir media 1,50 por 1,80 entre el lastre empapado por las gélidas aguas q rodean la Antártica), con el preciado sextante debajo del pecho para que el mar no lo mojara. Yo le gritaba, “Prepárese” me arrodillaba, con dos hombres cogiéndome por cada lado. Bajaba el sol a donde debería estar el horizonte y, mientras el sol saltaba frenéticamente en la cresta de una hola, adivinaba la altitud y gritaba “Ya”. Sir Ernest cronometraba el tiempo y yo calculaba el resultado… Teníamos que abrir a medias mis cartas náuticas, pasar de una página a otra hasta encontrar la adecuada, y entonces desplegarla con cuidado para evitar su destrucción total.” Para los que hemos navegado un poco en mar abierto, sobre una embarcación inestable, parece increíble que pudieran conseguir semejante hazaña. El más mínimo error de grado supone la desviación de varios kilómetros para un bote que avanzaba gracias a las corrientes y a la fuerza del viento.
Medio mes después lograron llegar a la Isla Georgia del Sur no sin antes sortear un huracán que hizo zozobrar a un vapor de 500 toneladas con toda su tripulación. Pero la aventura no acabó aquí, la imposibilidad de maniobrar para poder sortear la costa y el miedo a que las corrientes les alejaran definitivamente de la isla, les forzó a cruzarla a pie. De los seis, sólo cuatro pudieron emprender este último tramo pues los otros dos estaban agotados por lo que decidieron esperarles en un pequeño campamento.

Tamayo, miembro de la expedición de Al Filo explicaba lo que significó dicha travesía «Lo suyo fue pura supervivencia. Lo nuestro deporte. Hicimos los 36 kilómetros con esquís y pequeños trineos para arrastrar la mochila. Nos respetó el tiempo y pudimos hacerlo en tres jornadas. Está claro que ellos eran muy duros. Hoy no tenemos esa fortaleza ni esa capacidad de sufrimiento»,
Tras dos años, lograron llegar al mismo lugar de donde partieron, la estación ballenera de Georgia del Sur, el último asentamiento humano antes de adentrarse en la dura Antártica. Meses después lograron rescatar sanos y salvos a toda la tripulación que esperaban en la dura Isla Elefante.

Cuatro años después, Shackleton regresó con la idea de intentar una nueva expedición, tampoco fue posible, murió de un ataque al corazón. Fue enterrado en Georgia del Sur y hoy día la Isla está impregnada por su paso.
Casi cien años después, en cursos de liderazgo, master en psicología, estudios sobre navegación… se pone de ejemplo como este hombre supo templar y mantener la cordura, la ilusión y la determinación por mantenerse vivo él y a todos los suyos. Shackleton demostró que si bien soñaba con grandes retos nunca antepuso su fin por la vida de ninguno de sus hombres. Fue fiel a si mismo y a quien le acompañó. Valga desde aquí este pequeño homenaje de quien se enamoró de aquel lugar del planeta que forjó caracteres inquebrantables ante cualquier adversidad.