domingo, 17 de noviembre de 2013

Que hay de nuevo viejo. El día que decidí ser un vividor.


El tiempo pasa, es su mayor virtud. Dicen los neurólogos que a pesar de que los filósofos digan que somos seres de futuro y que pretendemos vivir en el, lo cierto es que vivimos en un pasado casi inmediato. Basta con que te mires al espejo e intentes ver como se mueven tus ojos, imposible. El tiempo en que tu cerebro procesa tu imagen virtual imposibilita que el que tienes en frente deje jamás de mirarte. Décimas de segundo atrasados y pensando en un futuro que simplemente imaginamos.



Y sin embargo, como seres inteligentes que decimos ser, nos empeñamos en pensar una y otra vez como queremos que sea nuestro futuro. Desde pequeños nos preparan para ello, debemos estudiar, prepararnos para el futuro. Nos enseñan a ser eficientes y poder así encajar en una sociedad mecánica y casi engrasada que nos permita sobrevivir, porque me vais a perdonar, vivir, lo que se dice vivir es otra cosa.


Cuando te haces mayor y estás integrado en la máquina social e inmerso en la lucha diaria surge la idea del reto. El reto… el reto es ese proyecto que te hace sentirte pleno y que da sentido a tu vida. Entonces cada cual elige el suyo y muchos eligen ser grandes profesionales, crear empresas o correr maratones. Lo importante es sentir que haces algo y que ese algo importa. Lo que menos importa es que te enseña ese reto, lo importante es que lo tienes y lo vas a hacer. Y te lleva a escalar puestos en empresas, a que tu empresa cada día sea más grande o que la próxima maratón sea más rápida que la anterior, más larga o en un lugar más complicado. Y es que la vida se acaba si no tienes retos… no se, pero empiezo a pensar que la vida se acaba si no la vives. 


Y no, no es que este pesimista lo que ocurre es que hay piezas que no engranan y me surgen dudas. Ahora que estamos en crisis te llegan mil mensajes para que te muevas y emprendas nuevos retos. Y para que tengas éxito te dicen que decidas lo que decidas, dedicate a algo que te apasione porque de esa manera podrás triunfar y destacar. Pero y qué ocurre si lo que más te gusta de este mundo es despertarte por la mañana al lado de tu mujer y decidir que vas a hacer junto a ella ese día de tu vida. Qué ocurre si lo que más te gusta es salir al monte a correr, correr sin pretensión de correr un día cualquier carrera, disfrutar con un amigo de esa carrera, del monte, el viento y las imágenes que te brinda para luego hartarte a comer por el desgaste realizado. Qué pasa si lo que más te gusta es correr al lado de tu perro y enseñarle a entenderte y aprender a comprenderle. Qué ocurre si cuando haces memoria de aquello que más te ha emocionado en la vida no era importante, popular, notorio ni trascendental.


El otro día, mientras subía y bajaba senderos a ritmo de BTT pensaba que el sentimiento más hondo y sincero que he experimentado ha sido llorar desconsoladamente junto a mi madre. Comprendí que sólo con ella y en esas especiales veces me había desnudado ante mi y ante ella. Y que nada ni nadie sin hacer nada, simplemente estando ahí ha sido capaz de hacerme sentir de alguna forma que a pesar del llanto todo estaba bien. Y me di cuenta que pocas cosas de verdad,  tienen importancia, muy pocas. Entonces me dio por pensar en qué recuerdo con más emoción lo que hasta ahora he vivido.


Y me acordé de mi abuelo y el día que cazó para mi un gorrión. Recordé el día que aprendí a nadar. Recordé la emoción que sentía de niño el día de reyes y  recordé con tristeza el día que fui consciente que la infancia se me escapaba. Recordé mi primer amor y aquellos locos meses que pensaba que nada en el mundo podía superar a aquella chica. Recordé lo que gozaba corriendo de crío, sin conocimiento sin sentido y sólo por el placer de despegar los pies del suelo. Añoré a Harpo, casi lloré de nuevo a Ambar y quise volver al pasado por un instante para poder abrazarles de nuevo y correr con los dos por Valdelatas. Recordé las mil veces que recorrí ese bosque con un amigo. Y de repente me vi en la cafetería de Telecinco mirando de reojo a los ojos de una morena insultante, rotunda, tremenda y que cuando se casó conmigo no pudo evitar lanzar los brazos al aire para besarme radiante de alegría. Recordé que ha sido la única mujer que me defendido como una Reina y que me hace sentir ser parte de su reino y que como tal me protege porque sí, me hace sentirme protegido yo que no creo necesitar protección. Viajé de nuevo a Chile, a Canadá, a la costa oeste de EEUU y recorrí de nuevo Yosemite, El Gran Cañón y escuché a los lobos que cantaron para nosotros en la playa de las rocas Perez. Recordé lo que siento cada vez que aprieto el botón de una cámara y lo que me impactó aquel viejo cuarto oscuro de hace más de 20 años. Recordé las carreras que me echaba mi padre de niño y lo fuerte que me parecía. Recordé esos días de entrenamiento que parece que nada es imposible y que tu cuerpo y tu mente vuelan a la par. Recordé mi pueblo, su río y a mis amigos de la infancia, a Pablo, Jesus, Javi, Quique y Manu. Recordé que en otra vida o si algún día tengo un hijo pueda trasmitirle ser tan libre de si mismo como mi amigo Antonio. Recordé que lo que me ha enseñado la gente que más quiero son valores como la honestidad, el respeto y la generosidad. Recordé a Chaparro, mi profesor de filosofía al que tanto admiraba. Recordé lo que me impresionó La Guerra de las Galaxias, Ciudadano Kane, La Escalera de Odesa, 2001, El resplandor, El Padrino, todas de Hitchcock, Amanece que no es poco, Los puentes de Madison, Blade Runner, Hacía rutas salvajes, The Moon y de ellas  viaje a los espectáculos del circo del sol, al espectáculo de navidad de Broadway a los cientos de conciertos, a Mike Oldfield, Dire Straits, Van Morrison, Eddie Vedder, Win Mertens, Ella Fitzgerald, Police, Van Morrison, U2, Rolling, El Último de la fila, Sabina, Mecano, Dead Can Dance, Jean Michel Jarre, Mozart, Shubert, Bethoven, Andrés Segovia, Paco de Lucia, Camarón…. recordé quedarme embobado intentando comprender cómo se le pudo ocurrir a Picazzo hacer un cuadro tan horrible y magnético como el Gernika, la genialidad de Dalí y la luz de las Meninas, las fotos de Henry Cartier Bresson y Helmut Newton. Recordé tocando la guitarra a mi compañero y amigo Jose Luís Garcia Flores. Recordé el primer día que pisé una unidad móvil de televisión y el día que vi en directo a Miliki y seguí recordando que todo lo que recordaba eran emociones.

El tiempo pasa y no para y pensé que las emociones son las fotografías que atesora el corazón, y que esas fotografías son los instantes que realmente importan. Un libro, una película, una canción, una caricia, un llanto, una brisa, una visión de la naturaleza, un olor en el campo, un olor antiguo, el tacto, el gusto e incluso el dolor.


Sentir y hacer sentir. Porque sin los que me rodean no puedo ser feliz y de eso no me cabe la menor duda. No son muchos y los que son ellos lo saben, de ello también estoy seguro.


Por lo que creo que voy a seguir haciendo lo que tanto me emociona, es decir, ver cada mañana y cada noche a mi mujer y tener días en los que no saber que hacer pero saber que los voy a pasar de principio a fin junto a ella. Acariciar a mis gatos. Correr con Raquel. Apretar el botón de mi cámara. Subir al monte con Gus. Entrenar y tomarme cervezas con Ramiro. Viajar y acompañar en sus retos a Antonio y tomarme más cervezas con él, con el de antes, con Alex y Ruth y por supuesto con Raquel. Pinchar y discutir con Enrique y a ser posible, sacarle alguna vez más los ojos algún día en algún entreno que flaquee. Reirme con mis padres y reñir con mis hermanos. Ver atardeceres. Comer y follar claro. Lo demás sólo es necesario para poder cumplir estos detalles fundamentales y que deseo seguir haciendo toda mi vida. Este es mi reto, esta es mi función en el planeta y en la vida que me ha tocado vivir. Por lo que creo que puedo decir que tan sólo seré, o al menos eso intentaré, un vividor.