martes, 8 de febrero de 2011

El filosofo y el lobo.



Acabo de leer el libro El filósofo y el lobo de Mark Rowlands, libro que fue recomendado por un compañero de trabajo y el cuál he deborado. Este libro lleva como subtítulo Lecciones sobre el amor y la felicidad y narra los aprendizajes del autor, Doctor en Filosofía y profesor en distintas universidades, tras diez años de convivencia con Brenin, un lobo, a los que más tarde se sumaron Nina (cruce de malamute y pastor alemán) y Tess (hija de Brenin y una pastor alemán).

El libro cuenta, de una forma experiencial, a la vez que introduce cuestiones filosóficas, las similitudes y diferencias entre el simio y el lobo. Aquí quiero compartir dos de las cuestiones que más me han gustado: por un lado la idea del mal; y, por otro, la diferencia entre las criaturas del tiempo y las criaturas del momento.

Rowlands no está de acuerdo con la moderna noción del mal cuyos dos argumentos principales son que el mal sólo existe en lo marginal (en los desfavorecidos psicológica o socialmente) y que no es culpa de nadie (si quien realiza el mal es un enfermo mental o sus circunstancias sociales le han negado toda oportunidad, no podemos considerarle responsable de sus actos, no es moralmente malo). En su opinión “el mal es cotidiano, normal, banal“ (p.121). El mal que resulta de una intención de causar dolor y sufrimiento, y su disfrute, es la excepción y no la norma. Acciones realmente malas son fallos en el cumplimiento del deber moral (que consiste en proteger a los indefensos de aquellos que los consideran inferiores, y por tanto prescindibles) o del deber epistémico (deber de someter las propias creencias a un examen crítico). Y lo ilustra con un ejemplo en el que se ven dos actos de maldad, partiendo de que dichos actos no tienen nada que ver con el regodearse en el sufrimiento ajeno: 1) los repetidas violaciones de un padre a una hija, si éste no comprendiese que lo que hacía está mal y lo considerase natural estaría cometiendo un fallo contra el deber epistémico; y 2) la complicidad activa de la madre, que está fallando en el cumplimiento del deber moral de proteger a la hija (y es irrelevante el terror que pueda sentir hacia el padre).

“Los seres humanos no somos capaces de ver el mal en el mundo porque nos distraen de tal modo los motivos brillantes y lustrosos que no reparamos en la fealdad que encubren” (p.120).

Supongo que esta visión del mal, chocará que lo que la genética de hoy en día pueda decir. Pero bien es cierto que, ante dilemas morales como éste, más de uno se ha parapetado con la posibilidad de demostrar una impunidad moral debido a su origen, enfermedad o nacimiento. De cualquier manera, qué podemos esperar de un ser, el cual basa su inteligencia como tambien indica el autor, en el engaño y el beneficio propio e individual por encima del propio grupo. Porque este libro no nos deja bien parados en términos a lo que nuestra propia moral se refiere y así por ejemplo nos indica que, "el simio, ve el mundo como una colección de recursos: cosas que podrá utilizar para sus fines. El simio aplica este principio a otros simios tanto como al resto del mundo natural, o más. El simio no tiene amigos, sino aliados. El simio no mira a sus compañeros simios sino que los vigila." "Sus relaciones con los otros siempre se basan en un único principio, invariable e inflexible: ¿qué puedes hacer por mi y cuánto me costará conseguir que lo hagas?. Inevitablemente, esta interpretación de los otros simios se volverá contra él, dando forma y contaminando la opinión que tiene el simio de si mismo." (p.14) Evidentemente el ejemplo es una exageración aunque todos conozcamos gente así. Incluso nosotros mismos aunque nos cueste reconocerlo, en situaciones nos acercamos a ello. O explica cuales son los últimos estudios sobre el origen de nuestra inteligencia, donde la mentira y la capacidad de destapar la mentira de los demás es la base de nuestro sistema social e intelectual. A quien quiera profundizar puede leer  un clásico: La inteligencia maquiavélica. "La manipulación de la atención en el engaño táctico de los primates" de Whiten y Bryne.

Relacionado con temas como el sentido de la vida, la muerte y la felicidad, Rowlands introduce una distinción que me parece muy sugerente. Según él, los seres humanos y los lobos tenemos una relación distinta con el tiempo. Los lobos son, sobre todo, criaturas del momento, aceptan cada momento por separado. Y de aquí  los seres humanos somos más criaturas del tiempo. Concebimos el tiempo como una línea que se extiende del presente al pasado. Y esto nos puede hacer neuróticos de una forma que las criaturas del momento no lo son, pasamos una cantidad exagerada de tiempo anclados en un pasado que no volverá o proyectados en un futuro que está por venir. Miramos a través de los momentos más que mirar los momentos en sí. Los momentos para nosotros son los fantasmas del pasado y del futuro.

Recordareis  la película El club de los poetas muertos en la cual el lema que les inculcaba el profesor, Robin Williams, era la famosa frase del poeta romano Horacio, Carpe Diem [Carpe diem quam minimum credula postero - 'Aprovecha el día, no confíes en mañana']. Hay quien hace una versión simple de este lema y lo interpreta como el vivir el momento al límite sin preocuparse por nada más. Tampoco es eso, se trata de “arrancarle pedacitos al tiempo“, de conseguir vencerle la batalla al tiempo, de lograr que el tiempo no nos quite vida (ni por quedarnos en el pasado ni por esperar siempre a un mañana). Esto es especialmente importante a medida que nos vamos haciendo mayores o cuando nos diagnostican una enfermedad terminal y vemos más de cerca la muerte.

Acabo con unas citas del libro para que cada uno saque sus conclusiones.

“Somos seres mortales, seres que siguen el rastro de la muerte de un modo que, pensamos, ningún otro animal es capaz de hacer. Tanto el sentido de nuestra vida como el final de nuestra vida se encuentran más adelante en la línea, razón por la cual dicha línea nos fascina y nos horroriza. Ése es, en esencia, el dilema existencial de los seres humanos” (pp.238-9)

“La muerte no es el límite de mi vida. Siempre he llevado la muerte conmigo” (p. 247)

“El sentido de la vida reside precisamente en aquellas cosas que las criaturas temporales no podemos poseer: momentos” (p.267) Ésta es mi favorita y quizás por ello me empeñe en inmortarlizarlos.

Y por último os dejo un párrafo, para quienes como yo compartís vuestras carreras o entremos con perros:

"Había, desde luego, una belleza que me era imposible emular. El lobo/ el perro (al menos Ámbar lo es) es arte en su manifestación más elevada, y no se puede estar en su presencia sin que ello le levante a uno el ánimo. Estuviera del humor que estuviese cuando empezábamos nuestra carrera diaria, ser testigo de esa belleza silente, fluida, me hacía sentir mejor. Me hacía sentir vivo. Y, lo que es más importante, cuesta estar junto a una belleza así sin querer parecerse a ella."

Comprendo cada palabra de este último párrafo porque a diario puedo vivirlo. No pretendo que nadie más lo entienda pero me alegro de saber que no soy el único en sentir tan increíble placer y honor de vivir, día si, día también en un pequeño bosque acorralado por un banal y gris mundo.

1 comentario:

davidiego dijo...

verdaderamente muy interesante!