El Vasco me dijo una vez que no era buena idea hablar en los blog de política, sexo o religión. Enrique, consejero prudente que no suele dar ejemplo de su credo, me dio un sabio consejo al que por supuesto yo he hecho caso omiso. Y no lo he hecho ni por rebeldía, imbecilidad o imprudencia, bueno vale, de esto último seguro que hay. Si no porque, no me negareis que dichos temas son a partes iguales, controvertidos, polémicos, extremistas en ideales y por lo tanto y según el prisma y el ojo que lo observa tremendamente divertidos.
Desde que casi tengo uso de razón me ha encantado divagar. Acumalar conocimientos, hacerlos míos, transformarlos a mi entendimiento y discutir sobre ellos. Y fue la religión el primer debate interno y externo que me llevó a la polémica. Conmigo mismo, mi familia y pensares diferentes que irritados por mi manera de creer motivaron las primeras notas sin remitente en forma de amenaza. Reconozco que aquello fue el primer acto no sexual que me puso como una autentica moto.
El descubrimiento de la filosofía supuso un cambio radical en mi forma de entender el mundo que me rodea y en la manera en la que mi mente desarrolló mi actual pensamiento. Dejándome claro en la actualidad mi creencia más absoluta a lo no existencia de ninguna deidad, creador o motor principal. No creo en Dios, no creo que tengamos un alma que nos haga diferentes o especiales a cualquier ser vivo de este planeta y por supuesto, no creo que seamos la imagen y semejanza de nada y lo único que posiblemente compartamos con otros seres es que estamos vivos y hoy y ahora mismo, viajamos a toda velocidad en un pedazo de roca y agua por un universo inmenso, posiblemente finito y quizás regido por las leyes que unos sabios en los últimos siglos explicaron.
Pero al fin y al cabo, ésta mi creencia, no es más que eso, una creencia más. Apoyada en un conocimiento adquirido y que para mi se sostiene en unos pilares que dan veracidad a mi pensamiento. No obstante, si bien es más demostrable que otra digamos más espiritual, como más adelante veremos, merece ser de igual manera respetado cualquier otra manera de creencia, por muy opuesta o divergente que sea.
Pero la ciencia, la religión del siglo XXI, intenta explicar qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe religiosa? La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el momento son muy complejas. Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el cuerpo, lo que le valió la condenación eterna.
Ahora, muchos investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es innata y que se ha repetido en todas las culturas y civilizaciones. Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás. Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación y la empatía. El cerebro creyente.
Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación? Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está organizado para que podamos creer. Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina'. «El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial. Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste, como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta. Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan, consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora».
Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica. Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo, espirituales, «está a un paso de la creación de los dioses». La búsqueda de causas Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión? Deborah Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un porqué.
«La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural. Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas pueden no ser religiosas», asegura. De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos, claro», argumenta.
Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo? El evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres. La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».
Más recientemente la edición del 26 de Noviembre del New York Times publicada en El País, exponía en la misma línea ideológica un artículo del divulgador científico Nicholas Wade. Wade iniciaba el artículo con la noticia del descubrimiento en el valle mexicano the Oaxaca, de pruebas de una transición fundamental en el comportamiento religioso. El registro empieza con una sencilla pista de baile, el escenario de las danzas religiosas comunitarias que celebraban los cazadores-recolectores hacia el año 7000 AC. De ahí se pasa a los santuarios del culto a los ancestros que parecieron tras el comienzo del cultivo del maíz en torno al año 1500 AC y que dieron paso, en el año 30 DC, a los sofisticados templos orientados en función de parámetros astronómicos de un inicial Estado arcaico.
Éstas y otras investigaciones ofrecen una nueva perspectiva de la religión, una que pretende explicar por qué en las sociedades ha habido comportamientos religiosos en cada etapa de su desarrollo y en cada región del mundo. La religión tiene el sello característico de un comportamiento que ha evolucionado, es decir, que existe porque se ha visto favorecido por la selección natural. Es universal porque estaba integrado en nuestros circuitos neuronales antes de que la población humana ancestral se dispersara a partir de su tierra natal africana.
La idea de que la religión evolucionó porque confería ventajas esenciales a las primeras sociedades humanas y a sus sucesores no es especialmente bien recibida por los ateos. Si la religión es necesaria para la vida, es difícil presentarla como algo inútil.
Para los creyentes, puede resultar inquietante pensar que la mente se ha adaptado a creer en los dioses, ya que la existencia real de lo divino podría parecer entonces menos probable.
Pero la visión evolutiva de la religión no presenta necesariamente una amenaza para las creencias ni de unos ni de otros.
El hecho de que el comportamiento religioso se haya visto favorecido por la selección natural ni demuestra ni niega la existencia de lo divino, según Wade. Para los creyentes, si resulta aceptable que la evolución ha dado forma al cuerpo humano, ¿por qué no también a la mente? Lo que la evolución ha hecho es dotar a las personas de una predisposición genética a aprender la religión de su comunidad, igual que el idioma. En ambos casos, es la cultura, y no la genética, la que luego aporta los contenidos que se aprenden.
Es más fácil fijarse en las sociedades de cazadores y recolectores para ver cómo la religión podría haberse conferido una ventaja en su lucha por la supervivencia. Sus rituales hacen hincapié no en la teología sino en las intensas e interminables danzas comunitarias. El movimiento rítmico prolongado produce una gran sensación de exaltación y de unión emocional. Los rituales también solucionan disputas y reparan el tejido social.
La población humana de hace 50.000 años vivía en pequeños grupos igualitarios sin jefes ni dirigentes. La religión les servía de gobierno invisible. Unía a las personas y hacía que se comprometiesen a poner las necesidades de su comunidad por encima de sus intereses particulares. Por miedo al castigo divino, la gente seguía las normas de autocontrol en su relación con los demás. La religión les daba valor para entregar sus vidas combatiendo contra los extraños. Los grupos fortalecidos por una creencia religiosa se imponían a los que no la tenían, y los genes que empujaban a la mente a seguir el ritual se convertían en universales.
En la selección natural, los genes que permiten que sus poseedores tengan más descendientes que sobrevivan se vuelven más frecuentes. La idea de que la selección natural pueda favorecer a los grupos, en lugar de actuar directamente sobre los individuos, es enormemente controvertida. Aunque Darwin propuso la idea, la opinión habitual entre los biólogos es la de que la selección de los individuos erradicaría el comportamiento altruista mucho más deprisa de lo que la selección a escala de grupo podría favorecer.
Pero la selección del grupo ha contado últimamente con dos importantes defensores: los biólogos David Sloan y Edward O. Wilson, quienes sostienen que dos circunstancias especiales de ka evolución humana reciente han conferido a la selección del grupo mucha más ventaja de la habitual. Una es la naturaleza enormemente igualitaria de las sociedades de cazadores -recolectores, que hace que todo el mundo se comporte de forma parecida y da más oportunidad a los individuos altruistas de trasmitir sus genes. La otra es la guerra continua entre grupos, que intensifica la selección a escala de grupo para favorecer comportamientos beneficiosos para la comunidad como el altruismo y la religión.
Según esta nueva perspectiva, la tendencia a aprender la religión de la propia comunidad quedó tan firmemente implantada en los circuitos neuronales humanos, que la religión se mantuvo cuando los cazadores y recolectores empezaron a establecer comunidades sedentarias hace 15.000 años. En las sociedades jerarquizadas y de mayor tamaño, posibles gracias a la vida sedentaria, los dirigentes adoptaron la religión como su fuente de autoridad. La religión también se aprovechó en tareas como la agricultura, que requería formas novedosas de trabajo y organización.
Se suele culpar a la religión por sus espectaculares excesos, por promover la persecución o la guerra, pero recibe menos alabanzas por su función básica de reparación del tejido moral de la sociedad. Pero quizás no merezca ni críticas ni elogios. Si se ve la religión como medio para generar cohesión social, son la sociedad y sus dirigentes quienes emplean esa cohesión con fines buenos o malos.
Como veis ambos artículos intentan explicar desde un prisma racional porqué el ser humano a viajado en el tiempo de la mano de creencias religiosas en tantas regiones del planeta que se hayan asentado sociedades humanas.
Por mi parte sólo me quedan dos opciones, o creer a unos o creer a otros. Es decir, mi mente en función a su código genético elegirá la opción para la cual esté más predispuesta. Fe o ateismo. Por un momento quiero abrazar la Fe y así sentirme libre de mi código genético. Más mi mente manda y me empuja a creer en la ciencia, esa nueva religión para quienes no nos queda más remedio que creer en aquello que otros descubren.
El descubrimiento de la filosofía supuso un cambio radical en mi forma de entender el mundo que me rodea y en la manera en la que mi mente desarrolló mi actual pensamiento. Dejándome claro en la actualidad mi creencia más absoluta a lo no existencia de ninguna deidad, creador o motor principal. No creo en Dios, no creo que tengamos un alma que nos haga diferentes o especiales a cualquier ser vivo de este planeta y por supuesto, no creo que seamos la imagen y semejanza de nada y lo único que posiblemente compartamos con otros seres es que estamos vivos y hoy y ahora mismo, viajamos a toda velocidad en un pedazo de roca y agua por un universo inmenso, posiblemente finito y quizás regido por las leyes que unos sabios en los últimos siglos explicaron.
Pero al fin y al cabo, ésta mi creencia, no es más que eso, una creencia más. Apoyada en un conocimiento adquirido y que para mi se sostiene en unos pilares que dan veracidad a mi pensamiento. No obstante, si bien es más demostrable que otra digamos más espiritual, como más adelante veremos, merece ser de igual manera respetado cualquier otra manera de creencia, por muy opuesta o divergente que sea.
Pero la ciencia, la religión del siglo XXI, intenta explicar qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe religiosa? La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el momento son muy complejas. Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el cuerpo, lo que le valió la condenación eterna.
Ahora, muchos investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es innata y que se ha repetido en todas las culturas y civilizaciones. Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás. Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación y la empatía. El cerebro creyente.
Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación? Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está organizado para que podamos creer. Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina'. «El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial. Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste, como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta. Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan, consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora».
Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica. Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo, espirituales, «está a un paso de la creación de los dioses». La búsqueda de causas Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión? Deborah Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un porqué.
«La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural. Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas pueden no ser religiosas», asegura. De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos, claro», argumenta.
Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo? El evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres. La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».
Más recientemente la edición del 26 de Noviembre del New York Times publicada en El País, exponía en la misma línea ideológica un artículo del divulgador científico Nicholas Wade. Wade iniciaba el artículo con la noticia del descubrimiento en el valle mexicano the Oaxaca, de pruebas de una transición fundamental en el comportamiento religioso. El registro empieza con una sencilla pista de baile, el escenario de las danzas religiosas comunitarias que celebraban los cazadores-recolectores hacia el año 7000 AC. De ahí se pasa a los santuarios del culto a los ancestros que parecieron tras el comienzo del cultivo del maíz en torno al año 1500 AC y que dieron paso, en el año 30 DC, a los sofisticados templos orientados en función de parámetros astronómicos de un inicial Estado arcaico.
Éstas y otras investigaciones ofrecen una nueva perspectiva de la religión, una que pretende explicar por qué en las sociedades ha habido comportamientos religiosos en cada etapa de su desarrollo y en cada región del mundo. La religión tiene el sello característico de un comportamiento que ha evolucionado, es decir, que existe porque se ha visto favorecido por la selección natural. Es universal porque estaba integrado en nuestros circuitos neuronales antes de que la población humana ancestral se dispersara a partir de su tierra natal africana.
La idea de que la religión evolucionó porque confería ventajas esenciales a las primeras sociedades humanas y a sus sucesores no es especialmente bien recibida por los ateos. Si la religión es necesaria para la vida, es difícil presentarla como algo inútil.
Para los creyentes, puede resultar inquietante pensar que la mente se ha adaptado a creer en los dioses, ya que la existencia real de lo divino podría parecer entonces menos probable.
Pero la visión evolutiva de la religión no presenta necesariamente una amenaza para las creencias ni de unos ni de otros.
El hecho de que el comportamiento religioso se haya visto favorecido por la selección natural ni demuestra ni niega la existencia de lo divino, según Wade. Para los creyentes, si resulta aceptable que la evolución ha dado forma al cuerpo humano, ¿por qué no también a la mente? Lo que la evolución ha hecho es dotar a las personas de una predisposición genética a aprender la religión de su comunidad, igual que el idioma. En ambos casos, es la cultura, y no la genética, la que luego aporta los contenidos que se aprenden.
Es más fácil fijarse en las sociedades de cazadores y recolectores para ver cómo la religión podría haberse conferido una ventaja en su lucha por la supervivencia. Sus rituales hacen hincapié no en la teología sino en las intensas e interminables danzas comunitarias. El movimiento rítmico prolongado produce una gran sensación de exaltación y de unión emocional. Los rituales también solucionan disputas y reparan el tejido social.
La población humana de hace 50.000 años vivía en pequeños grupos igualitarios sin jefes ni dirigentes. La religión les servía de gobierno invisible. Unía a las personas y hacía que se comprometiesen a poner las necesidades de su comunidad por encima de sus intereses particulares. Por miedo al castigo divino, la gente seguía las normas de autocontrol en su relación con los demás. La religión les daba valor para entregar sus vidas combatiendo contra los extraños. Los grupos fortalecidos por una creencia religiosa se imponían a los que no la tenían, y los genes que empujaban a la mente a seguir el ritual se convertían en universales.
En la selección natural, los genes que permiten que sus poseedores tengan más descendientes que sobrevivan se vuelven más frecuentes. La idea de que la selección natural pueda favorecer a los grupos, en lugar de actuar directamente sobre los individuos, es enormemente controvertida. Aunque Darwin propuso la idea, la opinión habitual entre los biólogos es la de que la selección de los individuos erradicaría el comportamiento altruista mucho más deprisa de lo que la selección a escala de grupo podría favorecer.
Pero la selección del grupo ha contado últimamente con dos importantes defensores: los biólogos David Sloan y Edward O. Wilson, quienes sostienen que dos circunstancias especiales de ka evolución humana reciente han conferido a la selección del grupo mucha más ventaja de la habitual. Una es la naturaleza enormemente igualitaria de las sociedades de cazadores -recolectores, que hace que todo el mundo se comporte de forma parecida y da más oportunidad a los individuos altruistas de trasmitir sus genes. La otra es la guerra continua entre grupos, que intensifica la selección a escala de grupo para favorecer comportamientos beneficiosos para la comunidad como el altruismo y la religión.
Según esta nueva perspectiva, la tendencia a aprender la religión de la propia comunidad quedó tan firmemente implantada en los circuitos neuronales humanos, que la religión se mantuvo cuando los cazadores y recolectores empezaron a establecer comunidades sedentarias hace 15.000 años. En las sociedades jerarquizadas y de mayor tamaño, posibles gracias a la vida sedentaria, los dirigentes adoptaron la religión como su fuente de autoridad. La religión también se aprovechó en tareas como la agricultura, que requería formas novedosas de trabajo y organización.
Se suele culpar a la religión por sus espectaculares excesos, por promover la persecución o la guerra, pero recibe menos alabanzas por su función básica de reparación del tejido moral de la sociedad. Pero quizás no merezca ni críticas ni elogios. Si se ve la religión como medio para generar cohesión social, son la sociedad y sus dirigentes quienes emplean esa cohesión con fines buenos o malos.
Como veis ambos artículos intentan explicar desde un prisma racional porqué el ser humano a viajado en el tiempo de la mano de creencias religiosas en tantas regiones del planeta que se hayan asentado sociedades humanas.
Por mi parte sólo me quedan dos opciones, o creer a unos o creer a otros. Es decir, mi mente en función a su código genético elegirá la opción para la cual esté más predispuesta. Fe o ateismo. Por un momento quiero abrazar la Fe y así sentirme libre de mi código genético. Más mi mente manda y me empuja a creer en la ciencia, esa nueva religión para quienes no nos queda más remedio que creer en aquello que otros descubren.
Nota: los parrafos en cursiva han sido copiados. El primero pertenece a un blog de la comunidad del Pais, escrito por ccortesamador el 25 de Agosto del presente año. El segundo como se decribe en este post, a la edición escrita The New York Times para el País, escrito por Nicholas Wade el 26 de Noviembre del mismo año.
13 comentarios:
Los jesuitas, la parte más racional de la Iglesia Católica, te dirán que estás planteando un falso antagonismo entre fe y ciencia, ya que consideran ambas compatibles. Probablemente además lo sean, puesto que en realidad la ciencia no se ocupa para nada en realidad de la existencia de un dios (o de varios), sino de las reglas del universos... tangan autor o no.
Por lo demás me parece excesivamente categórico negar la existencia de un Dios. Digamos, yo ignoro si existe o no; simplemente, me parece muy improbable que exista, claro que hay muchas cosas que yo ignoro. Tampoco se si existe un alma, pero si la hay, creo que no somos la única especie del planeta, probablemente, que la posea. Lo que de verdad me parece francamente improbable es que exista ese Dios cristiano y especialmente católico; ese es un personaje tan esquizoide que sólo puede ser obra nuestra.
me lo he leido todo, hasta el enriquecedor comentario de nutria, pregúntame, pregúntame...!
yo sí creo que creer es necesario, otra cosa es que organizaciones se apropien de ello y nieguen lo demás.
buñuel dijo... Sigo siendo ateo, gracias a Dios
Yo soy un ateo, agnóstico y todo lo que empiece por a, como anormal. Pero respeto a todo el mundo y nunca convenceré a nadie para que sea ateo. Por eso me jode que haya gente que no me respete y/o quiera convencerme.
El origen de las deidades estoy seguro que nacen por buscar algo que nos proteja de lo desconocido: la noche, la muerte, etc.
P.d. Hueles a azufre? :-)
Yo también me he leído todo, vaya ladrillaco! jejeeje pero interesante aunque como siempre en estos temas lo veo más pajeo que otra cosa.
Estoy de acuerdo con Nutria, la ciencia tiene su mundo, la religión otro. Que no se mezclen, mal rollo cuando una intenta invadir el campo de la otra.
Me parece que el problema es de la mentalidad occidental que intenta plasmar un universo multidimensional en una mente "plana". Es que es imposible (pero esto también es una creencia :-)), parece que necesitamos saberlo todo controlarlo todo. Dios, alma, etc. son conceptos inventados para expresar "racionalmente" una realidad que nos sobrepasa.
Existe, no existe... en realidad importa?
Si fuera una fruta?
Despues de ayer, he decidido no seguir usando condon para evitar embarazos, ya que segun Rouco Varela los no cristianos debemos tener un semen que no sirve para engendrar hijos,,,
Nutria, tú eres tan categoricamente agnostica como yo ateo. Y permiteme que te diga que si no creo en un alma es porque creo, sin lugar a dudas pero respetando tu opinión, que no hay diferencia alguna entre un ser humanos y cualquier forma de vida de este planeta... el alma sólo pretende darnos un toque divino el cual yo no creo que exista, pues soy ateo.
David, creer es necesario, ya te digo que lo es. Otra cosa es que todos tengamos que creer lo mismo.
Juankir... a menudo ;-).
De acuerdo contigo Furi. Pero es que la religion y la creencia de un ser o seres divinos es un estigma cultural e incluso parece que genetico por lo que no puedes darle de lado... aunque efectivamente, a caso importa. A mi no.
El higo.
Jaime, lo triste de estos lideres espirituales es que se pierden en su ostracismo rancio y caduco y en vez de adaptarse a las nuevas sociedades y convertirse en una religión más moderna, envian mensajes que en vez de ayudar, acucian los problemas. Pero como a dia de hoy, en pleno siglo XXI, se puede seguir condenando el condón y girando la vista así, a problemas tan grabes como el SIDA... en fin.
Me lo he leído todo, todo y ya sabes eso en mi ... ¡¡es un logro!!.
Lo de interactuar religión y ciencia creo que no es algo "bueno" y que a lo único que nos lleva es al enfretamiento, pero oye cada uno es cada uno y k2 una piragüa
Yo creo más en la ciencia, desde lueog en la fe ná de ná, ya me gustaría tener a mi unpoco, creo que así se evitan muchos "sufrimientos" o al menos eso me demuestran los que creen, oye con decir es lo que Dios (o el que sea) quiere tema resuelto
Enf in seguiré comiéndome el coco e intentando explicarme lo inexplicable.
Buena salida y entrada de año y se feliz a tope y ya sabes ilusión, mucha ilusión con todo y para todo.
Besicos (a los tres)
Pero que chapas nos sueltas...
Por supuesto que la Ciencia y la Religión no son incompatibles, son muchos los científicos que creen en Dios (en algún Dios o alguna religión)
A otros sin embargo les sirve para apuntalar aún más su "agnosticismo".
Se podrán escribir 100.000 libros sobre el porqué de la religión, sus beneficios y sus problemas. Pero yo lo tengo muy claro, extremadamente claro, tanto la razón del porqué de las religiones, así como de lo que han contribuido (o "descontribuido") a lo largo de la historia de la humanidad.
También tengo muy, muy claro, cual es el papel hoy en día de la religión mayoritaría en este País. Y es que hay cosas que me tocan los cataplines.
Pero cada cual a su rollo. Lo que me toca los huevos son las imposiciones, las verdades abosultas y lo de decir a la peña lo que está bien y lo que está mal, y si no te castigo con las llamas eternas...
cuando escribas otras cosillas mas de andar por casa, me mandas un sms y lo leo.
Recuerda: no debe pasar de 5 lineas... 6 a lo sumo.
Pedazo de hereje... Lo malo no es que no creas en Dios, lo malo es que Dios no cree en ti :)
https://cuidaranimales.com/las-aves-exoticas-mas-hermosas-del-mundo
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